EL SERVICIO. DE: LA COMUNIDAD. AUTOR: DIETRISCH BONHOEFFER. FORTUNATO FELIPE GARCIA.
LAS TAREAS DE LA COMUNIDAD. Se necesitaría no ser hombre para no buscar instintivamente una posición segura frente a otros; por la que se luchara con todas las fuerzas y a la que no se renunciara a ningún precio; esta tendencia a afirmarse, es la lucha del hombre natural por su auto justificación, que le hace comparar, juzgar y condenar. El medio mas eficaz de combatir estos pensamientos condenatorios es impidiendo su manifestación, salvo que sea por la confesión de pecados.
NO JUZGAR. Nadie se permita pronunciar una palabra secreta sobre otro, es decir, la que juzga al otro, incluso cuando se pretende ayudar, y la intención es buena.
LA FUNCIÓN DEL CREYENTE. Cada miembro de la comunidad recibirá en ella su lugar bien determinado, pero no aquel en el que afirmarse con mayor éxito, sino aquel desde el cual pueda servir mejor a los demás. En la comunidad cristiana todo depende de que cada uno llegue a ser un eslabón insustituible de la misma cadena.
SERVIR A OTROS, Aquel que ha experimentado, aunque sea una vez, la misericordia de Dios en su vida, y en adelante, no desea más que una cosa: servir a los otros. El que quiere aprender a servir, debe aprender ante todo a tenerse en poco. NO SER ALTIVOS. El deseo de la propia gloria impide la fe; el que busca su propia gloria se olvida de Dios y del prójimo. El que vive de la justificación por la gracia, esta dispuesto a aceptar también ofensas y vejaciones sin protestas, como provenientes de la mano de Dios. En fin, el no creerse sabio, el humillarse ante el humilde, significa simple y llanamente tenerse por el más grande pecador.
ESCUCHAR A LOS OTROS. El primer servicio que uno debe a otro dentro de la comunidad consiste en escucharlo; escuchar a nuestro hermano, es por tanto, hacer con el lo que Dios ha hecho con nosotros. El mundo secular de hoy tiene conciencia de que, frecuentemente, solo es posible ayudar a un ser humano, si se le escucha con seriedad. Debemos escuchar con los oídos de Dios para poder hablar con las palabras de Dios.
AYUDARSE. El segundo servicio es el de ayudarnos diariamente; pensamos en primer lugar en la ayuda material, en las pequeñas cosas de las que esta hecha la vida de cualquier comunidad. Nadie debe creerse por enzima de estas tareas. No debemos negar nuestra ayuda a quienes la necesitan, ni administrar nuestro tiempo por nuestra cuenta, sino dejar que sea Dios quien nos llene.
ACEPTAR AL PRÓJIMO. En tercer lugar hablaremos del servicio de soportar a los otros. La ley de Cristo es, por tanto, una ley de sobrellevar. Sobrellevar es soportar. El cristiano debe soportar la carga del prójimo, debe soportar a su hermano. Dios verdaderamente nos ha llevado y soportado en el cuerpo de Cristo. Esta es la ley de Cristo que se cumplió en la cruz. Lo que constituye en primer lugar una carga para el cristiano es la libertad del prójimo, respetaremos así la libertad de sus criaturas mientras llevamos la carga que esta libertad supone de nosotros. Sobrellevar la carga del prójimo significa, por tanto, soportar la realidad del otro como criatura, aceptarla y alégranos de hacerlo.
EL PECADO DEL PRÓJIMO. El pecado de nuestro prójimo es aun mas difícil de soportar que su libertad, por que destruye la comunión que tenemos con Dios y con los hermanos. El no menospreciar al pecador, sino atreverse a soportarlo, significa no darlo por perdido, aceptarlo como tal y facilitarle, por el perdón, el acceso a la comunidad. Ya no necesitamos juzgar los pecados de los otros, sino que se nos concede el poder de soportarlos. El ministerio del perdón de los pecados es un servicio diario.
LA PALABRA DE DIOS. Nos referimos aquí a la palabra libre, entre dos personas, no vinculada a oficio, lugar o tiempo determinados. Se trata de esa situación, única en el mundo, en que un hombre, con palabras humanas, testifica a su semejante la realidad de Dios. Nuestra profunda desconfianza hacia todo cuanto sea palabra, sofoca a menudo lo que deberíamos decir personalmente al hermano. El conocimiento de la verdadera situación del prójimo, da a nuestra palabra la libertad y franqueza necesarias. Nuestro propósito es orientar a la ayuda que necesitamos unos de otros.
En nuestra relación con el prójimo, la susceptibilidad toma necesariamente la forma de adulación y, en consecuencia, de traición y mentira. La verdad y el amor son por el contrario, el clima de la humildad. La palabra de Dios sigue siendo la fuerza que la inspira y por la que se deja guiar hacia el prójimo. Y puesto que no busca ni teme nada para si mismo el humilde es capaz de ofrecer a otros la ayuda de la palabra. La amonestación es necesaria siempre que el hermano cae en un pecado manifiesto, es mandato de Dios. La disciplina debe comenzar a ejercerse a partir del ámbito mas estrecho de la comunidad. No somos nosotros los que juzgamos, solo Dios juzga, y su juicio es recto y saludable; nuestro hermano no puede recibir ayuda y redención más que de Dios y su palabra.
No obstante, ha puesto su palabra en nuestra boca, y quiere que sea pronunciada por nosotros. Si nos guardamos su palabra, la sangre de nuestro hermano caerá sobre nosotros. Si por el contrario la proclamamos, Dios se servirá de nosotros para salvar a nuestro hermano.
SERVIR A DIOS. La verdadera autoridad sabe que no puede subsistir más que estando al servicio del único que la posee. Se sabe unida totalmente a la palabra de Jesús; la comunidad no necesita de personalidades brillantes sino de fieles servidores de Jesucristo y de sus hermanos. Autoridad pastoral solo podrá hallarla aquel servidor de Jesús que no busca su propia autoridad; aquel que sometido a la autoridad de la palabra de Dios, es un hermano entre los hermanos.
SEMINARIO TEOLOGICO BAUTISTA MEXICANO “CAMPUS HOREB” VIDA EN COMUNIDAD. EL SERVICIO. DE DIETRICH BONHOEFFER (RESUMEN) ALUMNO: RAMON BOA SOSA
LAS TAREAS DE LA COMUNIDAD: “Entonces comenzaron a discutir sobre quien sería el mayor de ellos” cuando se dan este tipo de comentarios, se puede pensar que es un proceso que hasta cierto momento es natural, pero “Entonces comenzaron a disputar…” esto ya no está bien, esto basta para destruir a la comunidad. Por esta razón es vital para toda comunidad cristiana que, desde el primer momento, desenmascare a ese enemigo que la amenaza, y acabe con él. Se necesitaría no ser hombre para no buscar instintivamente una posición segura frente a los otros, por la que se lucharía con todas las fuerzas y a la que no se renunciaría a ningún precio, sin embargo es importante que la comunidad cristiana se de cuenta claramente que puede encontrarse en cualquier momento en la situación descrita “comenzaron a discutir sobre quien sería el mayor de ellos”. Es la lucha del hombre natural por su auto justificación, que le hace comparar, juzgar y condenar. El medio más eficaz de combatir nuestros malos pensamientos es hacerlos enmudecer. El que frena su lengua, domina su cuerpo y su alma.
NO JUZGAR: Una regla esencial de la vida cristiana comunitaria es que nadie se permita pronunciar una palabra secreta sobre otro, incluso cuando se pretende ayudar y la intención es buena, pues es precisamente bajo esta apariencia de legitimidad por donde mejor se filtra en nosotros el espíritu de odio y de maldad. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley. En una comunidad donde se observa desde el principio esta disciplina de la lengua, cada uno en particular, podrá hacer un descubrimiento incomparable. Dios no creó a mi prójimo como yo lo hubiera creado. No me lo dio como un hermano a quien dominar, sino para que, a través de él pueda encontrar al señor que lo creo.
LA FUNCION DEL CREYENTE: En lo sucesivo, todas las diferencias existentes entre los miembros de la comunidad, diferencias de fuerza o debilidad, de inteligencia o sandez, de talento o incapacidad, etc. Ya no serán motivo de discusión, de juicio, de condenación, en una palabra, de autojustificación. Al contrario, será ocasión de alegría y de servicio mutuo. En la comunidad cristiana todo depende de que cada uno llegue a ser un eslabón insustituible de la misma cadena, solo cuando hasta el eslabón más pequeño está bien soldado, la cadena es irrompible.
SERVIR A LOS OTROS: No es la utojustificación y, en consecuencia, el espíritu de violencia lo que debe prevalecer en la comunidad, sino la justificación por la gracia y el consiguiente espíritu de servicio mutuo. Aquel que ha experimentado, aunque sea una sola vez, la misericordia de Dios en su vida, en adelante no desea más que una cosa: servir a los otros. Conocerse así mismo a fondo y aprender a tenerse en poco, es la tarea más alta y útil. Sólo aquel que vive del perdón de sus pecados en Jesucristo adquiere la verdadera humildad, pues sabe que ese perdón marcó el fin de su propia sabiduría. Debido a que el cristiano ya no puede creerse sabio, tendrá en poca estima sus planes y proyectos personales, y comprenderá que es bueno que su voluntad sea domeñada en confrontación con el prójimo.
NO SER ALTIVOS: También la honra del prójimo es más importante que mi propia gloria. El que busca su propia gloria se olvida de Dios y del prójimo, es mejor un espíritu paciente que un espíritu altivo. En fin, el no creerse sabio, el humillarse ante el humilde, significa simple y llanamente tenerse por el más grande pecador. Hasta estas profundidades de humildad habrá que descender para podr servir a los hermanos en la comunidad, “No pienses que has hecho algún progreso en tanto no te creas inferior a todos los demás”.
ESCUCHAR A LOS OTROS: El primer servicio que uno debe a otro dentro de la comunidad consiste en escucharlo. Ciertos cristianos, y en especial los predicadores creen a menudo que, cada vez que se encuentran con otros hombres, su único servicio consiste en ofrecerles “algo”. Se olvidan de que el saber escuchar puede ser más útil que el hablar. Ahora bien, aquel que ya no sabe escuchar a sus hermanos, pronto será incapaz de escuchar a Dios. El que piensa que su tiempo es demasiado valioso para perderlo escuchando a los demás, jamás encontrará tiempo para Dios y el prójimo. Aplicada al prójimo, la cura de almas se distingue fundamentalmente de la predicación en que a la misión de hablar se añade la de escuchar. Debemos escuchar con los oídos de Dios para poder hablar con la palabra de Dios.
AYUDARSE: El segundo servicio que debemos prestarnos mutuamente en la comunidad cristiana es de ayudarnos diariamente. Debemos siempre estar dispuestos a aceptar que Dios venga a interrumpirnos. No deja de sorprender que, a menudo, son precisamente los cristianos y los teólogos los que creen que su trabajo es tan importante y urgente que no están dispuestos a dejarse interrumpir por nada.
ACEPTAR AL PROJIMO: En tercer lugar hablaremos del servicio de soportar a los otros. La ley de Cristo es, por tanto, una ley del sobrellevar, sobrellevad es soportar. Esta ley de Cristo se cumplió en la cruz, de esta ley participan los creyentes. Soportar, es con esa sola palabra que se puede expresar toda la obra de Jesucristo, “Ciertamente fue el quien tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores, y nosotros le tuvimos por castigado y herido por Dios y humillado…él soportó el castigo que nos trae la paz (Isaías 53:4-5). Sobrellevar la carga del prójimo significa, por tanto, soportar la realidad del otro como criatura, aceptarla y alegrarnos de hacerlo. Si cae el fuerte, que el débil se guarde de aplaudir en su corazón, si cae el débil, que el fuerte lo ayude amistosamente a levantarse.
EL PECADO DEL PROJIMO: Por el abuso de su libertad, es decir, por el pecado, el prójimo se convierte también en carga para el cristiano. Sin embargo, también aquí puede manifestarse todo el poder de la gracia sobre aquellos que saben soportar el pecado del hermano. El no menospreciar al pecador, sino atreverse a soportarlo, significa no darlo por perdido, aceptarlo como tal y facilitarle, por el perdón, el acceso a la comunidad. Ya no necesitamos juzgar los pecados de los otros, sino que se nos conceda el poder soportarlos.
SERVIR A DIOS: “El que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos” (Marcos 10:43) Jesús ha unido así la autoridad en la comunidad al servicio fraterno. No existe verdadera autoridad espiritual sino en el servicio de escuchar, ayudar, soportar a los otros y anunciarles la Palabra de Dios. El obispo es el hombre sencillo, sano, fiel en la fe y en la vida, que ejerce rectamente su ministerio. Toda su autoridad reside en su servicio. NO hay nada de extraordinario en el hombre como tal. Buscar otro género de autoridad en la Iglesia es querer restablecer una forma directa de relación entre los creyentes, un lazo puramente humano. La comunidad no necesita de personalidades brillantes sino de fieles servidores de Jesucristo y de sus hermanos: Y no está falta de los primeros, sino de los segundos. Autoridad pastoral solo podrá hallarla aquel servidor de Jesucristo que no busca su propia autoridad, aquel que sometido a la autoridad de la palabra de Dios, es un hermano entre los hermanos.
SEMINARIO TEOLOGICO BAUTISTA MEXICANO “CAMPUS HOREB” VIDA EN COMUNIDAD. CONFESION Y SANTA CENA. DE DIETRICH BONHOEFFER (RESUMEN) ALUMNO: RAMON BOA SOSA
EL PROJIMO, MEDIO DE LA GRACIA: “Confesaos mutuamente vuestros pecados” (Santiago 5:16) Quedarse a solas con el propio mal es quedarse completamente solo. Esto sucede porque, si bien están dispuestos a formar parte de una comunidad de creyentes, de gente piadosa, no lo están para formar una comunidad de impíos y pecadores. La comunidad piadosa, en efecto, no permite a nadie ser pecador. Por esta razón cada uno se ve obligado a ocultar su pecado a sí mismo y a la comunidad. Por esta razón optamos por quedarnos solos con nuestro pecado, a costa de vivir en mentira e hipocresía; porque, aunque nos cueste reconocerlo, somos efectivamente pecadores. Sin embargo, he aquí que la gracia del evangelio aunque sea difícil de comprender por los piadosos, nos coloca ante la verdad y nos dice: Tu eres un pecador, un pecador incurable, sin embargo, tal como eres puedes llegar a Dios que te ama. Ya no tienes necesidad de mentirte a ti mismo ni a los otros como si estuvieras sin pecado. El evangelio de Jesucristo ha puesto así de manifiesto la miseria del pecador y la misericordia de Dios. Por ello el Señor concedió a los suyos el poder de confesar y perdonar los pecados en su nombre. Por esta promesa Cristo nos ha dado la comunidad, y con ella al hermano, como un medio de gracia. Cristo se hizo nuestro hermano para socorrernos, y desde entonces, a través de él, nuestro hermano se convierte para nosotros en Cristo, con toda la autoridad de su encargo. Por eso cuando me dirijo a mi hermano para confesarme, me dirijo al mismo Dios.
LA CONFESION: La confesión hace posible el acceso a la comunidad. Cuanto más solo está el hombre, tanto más destructor es el poder que el pecado ejerce sobre él, tanto más asfixiante sus redes, tanto más desesperada la soledad. Se puede decir que en la confesión el pecado pierde definitivamente todo resto de autojustificación. Una vez revelado y confesado, el pecado ha perdido todo su poder. Ahora se le ha permitido ser pecador y, sin embargo, gozar de la gracia divina, confesar sus pecados y encontrar así una posibilidad de comunidad. En comunión con él, disfruto ya de la comunión con toda la comunidad, con toda la Iglesia.
EL ACCESO A LA CRUZ: La confesión hace posible el acceso a la cruz. La raíz de todo pecado es el orgullo. Todo nuestro ser, espíritu y carne, están inflamados de orgullo. La raíz de todo el mal que hay en nosotros es querer ser como Dios. Cuando nos confesamos ante el hermano como pecadores, este acto de humillación ante un tercero es tan difícil que siempre desearíamos poder evitarlo. Nuestros están tan cargados y cegados que no ven la promesa, porque no es otro que el mismo Jesucristo el que, en nuestro lugar y públicamente, ha sufrido la muerte del pecador., no tuvo vergüenza de ser crucificado por nosotros como un malhechor. La cruz de Jesucristo aniquila todo orgullo: Sin embargo no podemos acceder a ella mientras tengamos miedo de ver morir públicamente, como el gólgota, nuestro hombre viejo. La confesión nos introduce en la verdadera comunión de la cruz de Jesucristo y nos hace aceptar nuestra propia cruz. Nuestro hombre viejo ha muerto, pero es Dios quien lo ha vencido.
LA RUPTURA CON EL PEDCADO: La confesión hace posible el acceso a la nueva vida. Una vez arrojado, confesado y perdonado el pecado, la ruptura con el pasado está consumada. Confesando el pecado, el cristiano comienza a abandonar sus transgresiones. El poder del pecado es quebrantado. Desde este momento una victoria sigue a otra.
EL PERDON DE DIOS: La confesión hace posible el acceso a la certeza. El perdón que nos concedemos a nosotros mismos nunca nos hará capaces de romper con el pecado, unicamente la palabra de Dios, que juzga y perdona en la cruz, podrá hacerlo. Esta certeza nos la da Dios por medio del hermano que recibe nuestra confesión. La gracia de poder confesar nuestros pecados al hermano nos evita los terrores del juicio funal.
CONFESION DE PECADOS CONCRETOS: Pero para que esta certeza del perdón sea real, es necesario que nuestra confesión sea concreta. La confesión general no sirve más que para hacer a los hombres más hábiles para justificarse así mismos. Por eso una confrontación con los diez mandamientos será la mejor preparación para la confesión. ¿Qué quieres que te haga? Es una pregunta que deberíamos hacernos antes de la confesión, ello nos permitirá recibir el perdón de pecados muy concretos que hemos cometido y, al mismo tiempo, el perdón de todos nuestros pecados, conocidos o no. La ayuda que Dios pone a nuestra disposición por medio de la confesión fraterna es ofrecida a todos los que, pese a su esfuerzo, no consiguen acceder al gozo de la comunidad, de la cruz, de la vida nueva y de la certeza.
CON QUIEN CONFESARSE: De acuerdo con la promesa de Jesús, todo cristiano puede convertirse en confesor de sus hermanos. Para el creyente que vive bajo la cruz de Cristo y que ha reconocido en ella el abismo de impiedad del corazón humano y del propio corazón, ningún pecado puede serle ya extraño. Por medio de la cruz ha llegado a conocer el corazón humano. No es la experiencia de la vida sino la experiencia de la cruz la que hace al confesor. El mejor conocedor del hombre sabe infinitamente menos del corazón humano que el creyente que vive simplemente del conocimiento de la cruz de Cristo. Diariamente el creyente hace la experiencia de la muerte y resurrección del pecado, justificado por la gracia.
EL PERDON DE LOS PECADOS: La comunidad cristiana que practica la confesión debe guardarse de dos peligros: El primero atañe al confesor. No es bueno que una sola persona desempeñe esta función para toda la comunidad. El segundo peligro atañe al que se confiesa. Que se guarde por su propia salvación, de hacer de la confesión una obra piadosa. La confesión transformada en una obra piadosa es una idea del diablo. Para poder atrevernos a penetrar en este abismo de la confesión, no debemos exigir otra cosa que la gracia y la ayuda ofrecida por Dios y su promesa de perdón.
LA COMUNIDAD EUCARISTICA: Tiene por objetivo especial preparar a la comunidad de los creyentes para participar en la santa cena. Reconciliados con Dios y con los hombres, esta exigencia es válida para la oración y el culto en general, urge con mayor razón para el sacramento. Si se rechaza este reencuentro con los hermanos es imposible acercarse a la mesa del señor. La preparación para la santa cena podrá despertar en el creyente la necesidad de adquirir una certeza total sobre el perdón de ciertos pecados concretos que le angustian y le atormentan y que solo Dios conoce. La invitación a la confesión fraterna, hecha en nombre de Jesús, va dirigida por tanto a todos los que el pecado ha sumergido en angustia y un desamparo particularmente graves, que buscan la certeza del perdón. El tiempo de preparación para la santa cena será un tiempo de exhortación, consolación y oración, lleno a la vez de angustia y alegría. El día de la santa cena es un día de fiesta para la comunidad cristiana. La vida comunitaria de los cristianos bajo la autoridad de la palabra de Dios ha encontrado en el sacramento su plenitud.
REBECA BRIONES JACOME PROFESOR. PASTOR RAFAEL POLA B. 4. EL SERVICIO. VIDA EN COMUNIDAD
Las tareas de la comunidad. Esta tendencia a firmarse es un proceso normal del hombre o mujer. Sin embargo es importante que la comunidad cristiana se de cuenta claramente que puede encontrarse en cualquier momento. La justificacion del hombre por si mismo y el hecho de juzgar a los demas son inseparables como los son la justificacion por la gracia y el servicio al projimo que de ella se desprende. Asi como no se puede superar la autojustificacion a no ser con la ayuda de la gracia, asi tampoco se pueden contener y sofocar los pensamientos condenatorios si no es impidiendo constantemente su manifestacion, salvo que sea por la confesion de los pecados, de la que hablaremos mas adelante. El que frena su lengua, domina su cuerpo y su alma Santiago 3.3
No juzgar Es todo es una regla esencial en la vida comunitaria y sobre todo cristiana. Esta claro que no nos referimos a la correccion fraterna personal. Esto se trata de una decisión personal y concreta. Biblicamente la cuestion esta clara. Dios no creo a mi projimo com yo lo hubiera creado. No me lo dio como un hermano para dominar sino para que atraves de el pueda encontrar al Señor que le creo en su libertad de criatura de Dios, el projimo debe ser fuente de alegria, mientras que posiblemente antes era una carga.
La funcion del creyente Debe de ser que cada uno llegue a ser un eslabon insustituible de la misma cadena. Un comunidad que permite la existencia de creyentes y asistentes que trabajen y se sientan utiles estaran formando una comunidad fuerte y con tendencia al crecimiento.
Servir a los otros. Espiritu de servicio mutuo lo que debe permanecer en nuestra comunidad. Todos los que han experimentado misericordia de Dios en sus vidas, no tiene otro pensamiento que servir a los otros. Y pensar en esto no buscar nada para si mismo sino siempre una buena opinion de los demas, es la gran sabiduria, la gran perfeccion. Pensando de esta forma el creyente esta dispuesto a considerar importante y mas urgente la voluntad del projimo que la suya propia.
No ser altivos Tambien la honra del projimo es mas importante que mi propia gloria. Asi estaremos honrando a Dios. Nosotros debemos considerarnos o bajo el parametro de Cristo y Pablo que recibieron ofensas y demas ultrajes. Pensando asi el pecado de la susceptibilidad que con tanta presteza florece en la comunidad nos demuestra la continua incredulidad que hay latente todavia a nuestro alrededor. Al fin de no creerse sabio el humillarse ante el humilde significan simplemente tenerse por el mas grande pecador. Esto suscita la protesta mas ardiente del hombre natural y tambien del cristiano consciente de si mismo. Hasta estas profundidades de humildad habra que descender para poder servir a los hermanos en la comunidad.
Escuchar a los otros. El primer servicio es escuchar. Asi como escuchamos a Dios y su palabra, en esto consiste el amor al projimo escuchandolo. El saber escuchar es mas importante que hablar en algunas ocasiones. La cura de las almas se distingue fundamentamentalmente de la predicacion en que a la mision de hablar se añade la de escuchar. Debemos escuchar con los oidos de Dios para poder hablar con la palabra de Dios.
Ayudarse Segundo servicio ayudarnos diariamente. (ayuda material) no debemos creernos tan ocupados que Dios no pueda interrumpirnos en nuestro diario vivir o caminar o en el trabajo. No debemos negar nuestra ayuda a quienes las necesiten ni administrar nuestro tiempo por nuestra cuenta, sino dejar que sea Dios quien nos lo llene. En la vida evangelica de comunidad, el voto es reemplazado por el libre servicio a los hermanos. Y solo cuando nuestras manos vacilen en brindarse con solicitud diaria a la obra de amor y misericordia , podra nuestra boca pronunciar, con alegria y la fuerza convincentes de la fe, la palabra de afecto que convence.
Aceptar al projimo. Tercer lugar soportar a los otros. (sobrellevar) el cristiano debe soportar la carga del projimo, debe soportar a su hermano solo asi como carga el projimo se convierte en un hermano y no en un objeto que posee. La carga resulta pesada hasta para el mismo Cristo cuando llevo nuestras cargas y pecados en la cruz. Una carga para el cristiano es la libertad del projimo esta libertad va en contra de nuestra tendencia de dominar. Asi dejando que Dios cree su imagen en el y no intevenir en ese sentido nosotros con un sentido de pertenencia.
El pecado del projimo Por el abuso de la libertad (pecado) se convierte el projimo en una carga para el cristiano el pecado de nuestro projimo es aun mas dificil de soportar que su libertad, porque destruye la comunion que tenemos con Dios y con los hermanos. Nosotros debemos soportar aquí la ruptura de la comunidad con Jesucristo ha instituido entre nosotros. Sin embargo tambien aquí puede manifestarse todo el poder de la gracia sobre aquellos que saben soportar el pecado del hermano. El no menospreciar al pecador, sino atreverse a soportarlo, significa no darlo por perdido, aceptarlo como tal y facilitarle, por el perdon, el acceso a la comunidad. Todo pecado personal es una carga y una acusacion que pesa sobre toda la comunidad por eso la iglesia se alegra por cada nuevo dolor, nueva carga que soportar por el pecado de sus miembros. Porque asi se sabe juzgada digna de llevar y perdonar los pecados.
La palabra de Dios. Se trata de una situacion en que las palabras humanas, testifica a su semejante la realidad de Dios, su consuelo y sus caminos su bondad y su severidad. Una comunidad cristiana exige a sus miembros que se den testimonio personal respecto a la palabrea y a la voluntad de Dios. Seria anticristiano negar deliberadamente a un hermano este servicio fundamental. Si la palabra no quiere aflorar a nuestros labos deberiamos preguntarnos si, a fin de cuentas y a pesar de todo no consideramos a nuestro hermano unicamente en su dignidad humana que no queremos coaccionar, olvidandonos asi de lo mas importante: que nuestro hermano, por respetable, encumbrado o ilustre que sea, es un hombre como nosotros; un pecador necesitado de la palabra de Dios y que, en sus tribulaciones semejantes a las nuestras, tiene necesidad de ayuda, de consuelo y de perdon. La base de la que hay que partir es que mi hermano es un pecador abandonado y perdido en toda su dignidad humana si no recibe ayuda. Esto no significa desacreditar ni deshonrar su honor, al contrario es tributarle el unico y verdadero que posee el hombre; hacerle saber de la misericordia y gloria de Dios, a ser hijo suyo. El conocimiento de la verdadera situacion del projimo da a nuestra palabra la libertad y franqueza necesarias. Nuestro proposito se orienta a la ayuda que necesitamos unos de otros. Nos mostramos el camino que Cristo nos manda seguir. Nos ponemos mutuamente en guardia contra la desobediencia y sus consecuencias mortales.
Servir a Dios Jesus ha unido asi la autoridad en la comunidad al servicio fraterno. No existe verdadera autoridad espiritual sino en el servicio de escuchar, ayudar, soportar a los otros y anunciarles la palabra de Dios. En la comunidad no existe lugar alguno para el culto a la personalidad, por muy importante que sean las cualidades y dones naturales que la adornen, es totalmente profano y envenena la comunidad. El anhelo tan difundido en nuestros dias de tener “figuras episcopales” esta esto en la necesidad de admirar a los hombres y tener una autoridad humana visible, ya que se considera demasiado humilde la del servicio. Autoridad pastoral solo podra hallarla aquel servidor de Jesus que no busca su propia autoridad; aquel que, sometido a la autoridad de la palaba de Dios, es un hermano entre los hermanos.
La palabra de Dios. Se trata de una situacion en que las palabras humanas, testifica a su semejante la realidad de Dios, su consuelo y sus caminos su bondad y su severidad. Una comunidad cristiana exige a sus miembros que se den testimonio personal respecto a la palabrea y a la voluntad de Dios. Seria anticristiano negar deliberadamente a un hermano este servicio fundamental. Si la palabra no quiere aflorar a nuestros labos deberiamos preguntarnos si, a fin de cuentas y a pesar de todo no consideramos a nuestro hermano unicamente en su dignidad humana que no queremos coaccionar, olvidandonos asi de lo mas importante: que nuestro hermano, por respetable, encumbrado o ilustre que sea, es un hombre como nosotros; un pecador necesitado de la palabra de Dios y que, en sus tribulaciones semejantes a las nuestras, tiene necesidad de ayuda, de consuelo y de perdon. La base de la que hay que partir es que mi hermano es un pecador abandonado y perdido en toda su dignidad humana si no recibe ayuda. Esto no significa desacreditar ni deshonrar su honor, al contrario es tributarle el unico y verdadero que posee el hombre; hacerle saber de la misericordia y gloria de Dios, a ser hijo suyo. El conocimiento de la verdadera situacion del projimo da a nuestra palabra la libertad y franqueza necesarias. Nuestro proposito se orienta a la ayuda que necesitamos unos de otros. Nos mostramos el camino que Cristo nos manda seguir. Nos ponemos mutuamente en guardia contra la desobediencia y sus consecuencias mortales.
Servir a Dios Jesus ha unido asi la autoridad en la comunidad al servicio fraterno. No existe verdadera autoridad espiritual sino en el servicio de escuchar, ayudar, soportar a los otros y anunciarles la palabra de Dios. En la comunidad no existe lugar alguno para el culto a la personalidad, por muy importante que sean las cualidades y dones naturales que la adornen, es totalmente profano y envenena la comunidad. El anhelo tan difundido en nuestros dias de tener “figuras episcopales” esta esto en la necesidad de admirar a los hombres y tener una autoridad humana visible, ya que se considera demasiado humilde la del servicio. Autoridad pastoral solo podra hallarla aquel servidor de Jesus que no busca su propia autoridad; aquel que, sometido a la autoridad de la palaba de Dios, es un hermano entre los hermanos.
El projimo, medio de la gracia. Quedarse a solas con el propio mal es quedarse completamente solo. Y puede ser que, a pesar del culto en comun, la oracion en comun y la comunion en el servicio, haya cristianos que permanezcan solos, sin llegar a formar realmente comunidad. Porque si bien estan dispuestos a formar parte de una comunidad de creyentes de gente piadosa, no lo estan para formar parte de una comunidad de impios y pecadores. La comunidad piadosa no permite a nadie ser pecador, por esta razon cada uno se ve obligado a ocultar su pecado a si mismo y a la comunidad. No nos esta permitidos ser pecadores y muchos cristianos se asustan si de pronto descubriesen entre ellos a un autentico pecador, por eso optamos por quedarnos solos con nuestro pecado, a costa de vivir en mentira e hipocresia porque aunque nos cueste reconocerlo, somos efectivamente pecadores. Sin embargo la gracia del evangelio nos coloca en la verdad y nos dice tu eres un pecador incurable, sin embargo tal como eres puedes llegar a Dios que te ama. Te quiere tal como eres sin necesidad de que hagas nada, o des nada. Te quiere ati personalmente solo a ti. Por esta capacidad de perdonar pecados Cristo nos da esta promesa que tambien da a la comunidad cristiana, al hermano y a todos como un medio de gracia.
La confesion Esta hace el ACCESO A LA COMUNIDAD . En la confesion el pecado pierde definitivamente todo resto de autojustificacion. El pecador se libera, abandona todo lo que hay en el de malo, abre su corazon a Dios y encuentra el perdon de todos sus pecados en la comunion con Jesucristo y con el hermano que le escucha. Una vez revelado y confesado, el pecado ha perdido todo su poder. Ha sido reconocido y juzgado. La confesion personal se refiere entre dos creyentes, no a toda la comunidad.
El acceso a la cruz. La CONFESION hace posible el acceso a la cruz. La raiz de todo pecado es el orgullo, la soberbia. La raiz de todo el mal que hay en nosotros es querer ser como Dios. La confesion ante el hermano es una terrible humillacion, duelo, humilla y abate nuestro orgullo. Este acto de humillacion ante un tercero es tan dificil que siempre deseariamos poder evitarlo. Nuestros ojos estan tan cegados que ya no ven la promesa y la grandeza de semejante humillacion. Porque no es otro que el mismo Jesucristo el que, en nuestro lugar y publicamente, ha sufrido la muerte ignominiosa del pecador. No tuvo vergüenza de ser crucificado por nosotros como un malhecho; y es precisamente nuestra comunion con el la que nos conduce a sufrir esta muerte horrible de la confesion, a fin de que participemos realmente de su cruz. La cruz de Jesucristo aniquila todo orgullo. Sin embargo no podemos acceder a ella mientras tengamos miedo de ver morir publicamente, como en el Golgota, nuestro hombre viejo y nos avergoncemos de pasar por esta muerte poco gloriosa del pecador en la confesion. La confesion nos introduce en la verdadera comunion de la cruz de jesuscirsto y nos hace aceptar nuestra propia cruz.
La ruptura con el pecado. La confesion hace posible el acceso a la nueva vida. Una vez arrojado, confesado y perdonado el pecado, la ruptura con el pasado esta consumada. Esta ruptura significa conversion, esta es parte de la confesion. Confesion implica imitacion. El poder del pecado es quebrantado. Desde ese momento una victoria sigue a otra. El acontecimiento de nuestro bautismo vuelve a producirse en la confesion. Pasamos de la esclavitud de las tinieblas al reino de jesucristo. Esta es la buena nueva, el mensaje gozoso.
El perdon de Dios. La gracia de poder confesar nuestros pecados al hermano nos evita los terrores del juicio final. Por el hermano puede estar seguro ya en este mundo de la realidad de Dios, de su juicio y su perdon. Y asi como la presencia del hermano garantiza la autenticidad de la confesion de mis pecados, asi tambien la promesa de perdon que el me da en nombre de Dios me da la certeza absoluta de que soy perdonado. Dios nos concedio la gracia de poder confesarnos unos con otros para que estuviesemos seguros de su perdon.
Confesion de pecados concretos Confesion concreta. Una confrontacion con los diez mandamientos sera la mejor preparacion para la confesion.
Con quien confesarse Aquel hermano que tenga una vida integra o de ejemplo, o superior a la nuestra. Digno de confianza a quien podamos confiar nuestra vida espiritual. No es la experiencia de la vida sino la experiencia de la cruz la que hace al confesor. El mejor conocedor del hombre sabe infinitivamente menos del corazon humano que el creyente que vive simplemente del conocimiento de la cruz de Cristo. El contacto diario y profundo con la cruz de Cristo despoja al cristiano tanto del espiritu humano de juicio como del de indulgencia, dandole en cambio una actitud de severidad y de amor conforme al espiritu de Dios.
El perdon de pecados Dos peligros el del confesor (tiempo ministerial) y el que se confiesa (obra piadosa). Esta confesion debe ser practicada unicamente sobre el fundamento de Cristo y de su promesa de perdon.
La comunidad eucaristica. Preparacion de la comunidad para la santa cena. Reconciliados con Dios y con los hombres, los cristianos estan en disposicion de recibir el cuerpo y sangre de Jesucristo, esto exige no estar ahí sino hay reconciliacion con nuestros hermanos. El dia que antecede a la santa cena los miembros de la comunidad para prepararse para tomar el cuerpo de cristo en el sentido de la santa cena. Este dia es de fiesta para los cristianos, por reconciliacion plenamente con Dios y los hermanos y toda la iglesia en general reciben el cuerpo es decir el perdon, la vida nueva y la bienaventuranza eterna. Sus relaciones con Dios y con los hombres quedan transformadas. El vinculo que une a los congregantes es eterno. Y asi la comunidad ha alcanzado su meta y el gozo de Cristo y su iglesia es completo.
Resumen de lectura del libro: Vida en Comunidad Cuarta Parte: El Servicio
No bien se reúnen los hombres, cuando ya comienzan a observarse, a juzgarse, a clasificarse, como dice Lucas 9:46: “Entonces, comenzaron a discutir sobre quién sería el mayor de ellos”. Con ello se entabla desde el mismo nacimiento de la comunidad, una terrible lucha invisible y, a veces, inconsciente, que pone en juego su misma existencia. Por esta razón es vital para toda comunidad cristiana que, desde el primer momento, desenmascare a ese enemigo que la amenaza, y acabe con él.
Una regla esencial de la vida cristiana comunitaria es que nadie se permita pronunciar una palabra secreta sobre otro, no refiriéndose esto a la corrección fraterna personal. Dios no creo a mi prójimo como yo lo hubiera creado, no me lo dio como un hermano a quien dominar, sino para que, a través de él, pueda encontrar al Señor que lo creo.
En la comunidad cristiana todo depende de que cada uno llegue a ser un eslabón insustituible de la misma cadena: solo cuando hasta el eslabón más pequeño esta bien soldado, la cadena es irrompible. Toda comunidad cristiana debe saber que no solamente los débiles necesitan de los fuertes, sino también que los fuertes no pueden prescindir de los débiles.
No es la autojustificación y, en consecuencia, el espíritu de violencia lo que debe prevalecer en la comunidad, sino la justificación por la gracia y el consiguiente espíritu de servicio mutuo.
Conocerse a sí mismo a fondo y aprender a tenerse en poco, es la tarea más alta y útil. No buscar nada para sí mismo y tener en cambio, siempre una buena opinión de los demás, es la gran sabiduría, la gran perfección (Tomas de Kempis).
Solo aquél que vive del perdón de sus pecados en Jesucristo adquiere la verdadera humildad, pues sabe que ese perdón marcó el fin de su propia sabiduría.
También la honra del prójimo debe ser más importante que mi propia gloria. El que busca su propia gloria se olvida de Dios y del prójimo.
El que vive de la justificación por la gracia, está dispuesto a aceptar también ofensas y vejaciones sin protesta, como provenientes de la mano severa y misericordiosa de Dios.
El pecado de la susceptibilidad que con tanta presteza florece en la comunidad nos demuestra continuamente cuanta ambición o, lo que es lo mismo, cuanta incredulidad hay latente todavía. En fin, el no creerse sabio, el humillarse ante el humilde, significan simple y llanamente tenerse por el mas grande pecador.
El primer servicio que uno debe a otro dentro de la comunidad consiste en escucharlo.
El segundo servicio que debemos prestarnos mutuamente en la comunidad cristiana es el de ayudarnos diariamente.
En tercer servicio es el de soportar a los otros. El cristiano debe soportar la carga del prójimo, debe soportar a su hermano. Sobrellevar la carga del prójimo significa, por tanto, soportar la realidad del otro como criatura, aceptarla y alegrarnos de hacerlo.
El no menospreciar al pecador, sino atreverse a soportarlo, significa no darlo por perdido, aceptarlo como tal y facilitarle, por el perdón, el acceso a la comunidad. Porque Cristo nos soportó y aceptó como pecadores, nosotros podemos soportar y aceptar a los pecadores en su iglesia, fundada sobre el perdón de los pecados.
Cuando estas tres tareas del servicio cristiano: escuchar, ayudar y soportar a los hermanos son cumplidas fielmente, se hace posible cumplir igualmente la última y mas importante: el servicio de la palabra de Dios.
Este servicio consiste cuando una persona, con palabras humanas, testifica a su semejante la realidad de Dios, su consuelo y sus caminos, su bondad y su severidad.
La base de la que hay que partir es esta: saber que mi hermano es un pecador abandonado y perdido en toda su dignidad humana si no recibe ayuda. Nuestra palabra es, a la vez, dulce y dura porque conocemos la bondad y severidad de Dios.
Cuanto mas aprendamos a dejarnos interpelar por el prójimo, y aceptar con humildad y reconocimiento sus duros reproches y amonestaciones, tanto mas libres y objetivos seremos en aquello que tengamos que decirle.
La amonestación es necesaria siempre que el hermano cae en un pecado manifiesto; es mandato de Dios. La disciplina debe comenzar a ejercerse a partir del ámbito más estrecho de la comunidad.
Hasta el último momento no podemos hacer otra cosa que servir al hermano sin elevarnos nunca sobre él; y continuaremos sirviéndole incluso cuando debamos transmitirle la palabra que condena y separa, rompiendo de este modo, por obediencia a Dios, nuestra comunión con él.
No existe verdadera autoridad espiritual sino en el servicio de escuchar, ayudar, soportar a los otros y anunciarles la palabra de Dios. La comunidad no necesita de personalidades brillantes sino de fieles servidores de Jesucristo y de sus hermanos.
Autoridad pastoral solo podrá hallarla aquel servidor de Jesús que no busca su propia autoridad; aquel que, sometido a la autoridad de la palabra de Dios, es un hermano entre los hermanos.
Resumen de lectura del libro: Vida en Comunidad Quinta Parte: Confesión y Santa Cena
Dice Santiago 5:16: Confesaos mutuamente vuestros pecados. Quedarse a solas con el propio mal es quedarse completamente solo. La comunidad piadosa no permite a nadie ser pecador, ya que cada uno se ve obligado a ocultar su pecado a si mismo y a la comunidad, optando por quedarse solos con su pecado, a costa de vivir en mentira e hipocresía.
Ante Dios nadie se puede ocultar, de nada sirven las mascaras delante de los hombres. No se puede mentir al decir que no se tiene pecado, ya que Cristo ha hecho derribar todas las apariencias.
Por ello el Señor concedió a los suyos el poder de confesar y perdonar los pecados en su nombre (Juan 20:23). Por esta promesa Cristo ha dado la comunidad, y con ella al hermano, como un medio de gracia. El hermano ocupa desde entonces el lugar de Cristo. El hermano está ante nosotros como signo de la verdad y de la gracia de Dios. No es dado como ayuda. Escucha nuestra confesión en lugar de Cristo, y guarda, como Dios mismo, el secreto de nuestra confesión. Por eso cuando nos dirigimos a nuestros hermanos para confesarnos, nos dirigimos a Dios mismo.
La confesión hace posible el acceso a la comunidad. El pecado quiere estar a solas con el hombre, lo separa de la comunidad. Cuanto más solo está el hombre, tanto más destructor es el poder que el pecado ejerce sobre él, tanto más asfixiantes sus redes, tanto mas desesperada la soledad.
En la confesión el pecado pierde definitivamente todo resto de autojustificación. El pecador se libera, abandona todo lo que hay en él de malo, abre su corazón a Dios y encuentra el perdón de todos sus pecados en la comunión con Jesucristo y con el hermano que lo escucha. En adelante es la comunidad quien sobrelleva el pecado del hermano perdonado.
La confesión nos introduce en la verdadera comunión de la cruz de Jesucristo y nos hace aceptar nuestra propia cruz. Quebrantados en nuestra carne y en nuestro espíritu por la humillación sufrida ante el hermano, o sea, ante Dios, podemos reconocer la cruz de Jesús como el signo de nuestra salvación y nuestra paz. Nuestro hombre viejo ha muerto, pero es Dios quien lo ha vencido. Desde ese momento tomamos parte en la resurrección de Cristo y en la vida eterna.
La confesión hace posible el acceso a la nueva vida. Una vez arrojado, confesado y perdonado el pecado, la ruptura con el pasado esta consumada. Esta ruptura significa conversión. La conversión es el otro aspecto de la confesión. El poder del pecado es quebrantado. Desde este momento una victoria sigue a otra. El acontecimiento de nuestro bautismo vuelve a producirse en la confesión.
La confesión hace posible el acceso a la certeza. La gracia de poder confesar nuestros pecados al hermano nos evita los terrores del juicio final. Por el hermano puedo estar seguro ya en este mundo de la realidad de Dios, de su juicio y su perdón. Y así como la presencia del hermano garantiza la autenticidad de la confesión de mis pecados, así también la promesa de perdón que él me da en nombre de Dios me da la certeza absoluta de que soy perdonado.
Pero para que esta certeza del perdón sea real, es necesario que nuestra confesión sea concreta.
De acuerdo con la promesa de Jesús, todo cristiano puede convertirse en confesor de sus hermanos. No es la experiencia de la vida sino la experiencia de la cruz la que hace al confesor. ¿Quién puede escuchar nuestra confesión? Aquel que vive bajo la cruz.
La comunidad cristiana que practica la confesión debe guardarse de dos peligros. El primero atañe al confesor. No es bueno que una sola persona desempeñe esta función para toda la comunidad. El segundo peligro atañe al que se confiesa. Que se guarde, por su propia salvación, de hacer de la confesión una obra piadosa.
Aunque la confesión constituye una acción en sí misma completa, cumplida en nombre de Cristo y practicada en la comunidad tantas veces como sea necesaria, sin embargo tiene como objetivo especial preparar a la comunidad de los creyentes para participar en la santa cena.
Para recibir juntos la gracia de Dios por medio del sacramento es necesario que los creyentes hayan destruido todo fermento de cólera, celos, maledicencia y hostilidad que haya entre ellos. De esta manera, el tiempo de preparación para la santa cena será un tiempo de exhortación, consolación y oración, lleno a la vez de angustia y de alegría.
El día de la santa cena es un día de fiesta para la comunidad cristiana. Reconciliados plenamente con Dios y los hermanos, los creyentes reciben el don del cuerpo y de la sangre de Jesucristo, es decir, el perdón, la vida nueva y la bienaventuranza eterna. Sus relaciones con Dios y con los hombres quedan transformadas. La comunidad eucarística constituye el cumplimiento supremo de la comunidad cristiana. La vida comunitaria de los cristianos bajo la autoridad de la palabra de Dios ha encontrado en el sacramento su plenitud.
9 comentarios:
EL SERVICIO.
DE: LA COMUNIDAD.
AUTOR: DIETRISCH BONHOEFFER.
FORTUNATO FELIPE GARCIA.
LAS TAREAS DE LA COMUNIDAD.
Se necesitaría no ser hombre para no buscar instintivamente una posición segura frente a otros; por la que se luchara con todas las fuerzas y a la que no se renunciara a ningún precio; esta tendencia a afirmarse, es la lucha del hombre natural por su auto justificación, que le hace comparar, juzgar y condenar. El medio mas eficaz de combatir estos pensamientos condenatorios es impidiendo su manifestación, salvo que sea por la confesión de pecados.
NO JUZGAR.
Nadie se permita pronunciar una palabra secreta sobre otro, es decir, la que juzga al otro, incluso cuando se pretende ayudar, y la intención es buena.
LA FUNCIÓN DEL CREYENTE.
Cada miembro de la comunidad recibirá en ella su lugar bien determinado, pero no aquel en el que afirmarse con mayor éxito, sino aquel desde el cual pueda servir mejor a los demás. En la comunidad cristiana todo depende de que cada uno llegue a ser un eslabón insustituible de la misma cadena.
SERVIR A OTROS,
Aquel que ha experimentado, aunque sea una vez, la misericordia de Dios en su vida, y en adelante, no desea más que una cosa: servir a los otros. El que quiere aprender a servir, debe aprender ante todo a tenerse en poco.
NO SER ALTIVOS.
El deseo de la propia gloria impide la fe; el que busca su propia gloria se olvida de Dios y del prójimo. El que vive de la justificación por la gracia, esta dispuesto a aceptar también ofensas y vejaciones sin protestas, como provenientes de la mano de Dios. En fin, el no creerse sabio, el humillarse ante el humilde, significa simple y llanamente tenerse por el más grande pecador.
ESCUCHAR A LOS OTROS.
El primer servicio que uno debe a otro dentro de la comunidad consiste en escucharlo; escuchar a nuestro hermano, es por tanto, hacer con el lo que Dios ha hecho con nosotros. El mundo secular de hoy tiene conciencia de que, frecuentemente, solo es posible ayudar a un ser humano, si se le escucha con seriedad. Debemos escuchar con los oídos de Dios para poder hablar con las palabras de Dios.
AYUDARSE.
El segundo servicio es el de ayudarnos diariamente; pensamos en primer lugar en la ayuda material, en las pequeñas cosas de las que esta hecha la vida de cualquier comunidad. Nadie debe creerse por enzima de estas tareas. No debemos negar nuestra ayuda a quienes la necesitan, ni administrar nuestro tiempo por nuestra cuenta, sino dejar que sea Dios quien nos llene.
ACEPTAR AL PRÓJIMO.
En tercer lugar hablaremos del servicio de soportar a los otros. La ley de Cristo es, por tanto, una ley de sobrellevar. Sobrellevar es soportar. El cristiano debe soportar la carga del prójimo, debe soportar a su hermano. Dios verdaderamente nos ha llevado y soportado en el cuerpo de Cristo. Esta es la ley de Cristo que se cumplió en la cruz. Lo que constituye en primer lugar una carga para el cristiano es la libertad del prójimo, respetaremos así la libertad de sus criaturas mientras llevamos la carga que esta libertad supone de nosotros. Sobrellevar la carga del prójimo significa, por tanto, soportar la realidad del otro como criatura, aceptarla y alégranos de hacerlo.
EL PECADO DEL PRÓJIMO.
El pecado de nuestro prójimo es aun mas difícil de soportar que su libertad, por que destruye la comunión que tenemos con Dios y con los hermanos. El no menospreciar al pecador, sino atreverse a soportarlo, significa no darlo por perdido, aceptarlo como tal y facilitarle, por el perdón, el acceso a la comunidad. Ya no necesitamos juzgar los pecados de los otros, sino que se nos concede el poder de soportarlos. El ministerio del perdón de los pecados es un servicio diario.
LA PALABRA DE DIOS.
Nos referimos aquí a la palabra libre, entre dos personas, no vinculada a oficio, lugar o tiempo determinados. Se trata de esa situación, única en el mundo, en que un hombre, con palabras humanas, testifica a su semejante la realidad de Dios. Nuestra profunda desconfianza hacia todo cuanto sea palabra, sofoca a menudo lo que deberíamos decir personalmente al hermano. El conocimiento de la verdadera situación del prójimo, da a nuestra palabra la libertad y franqueza necesarias. Nuestro propósito es orientar a la ayuda que necesitamos unos de otros.
En nuestra relación con el prójimo, la susceptibilidad toma necesariamente la forma de adulación y, en consecuencia, de traición y mentira. La verdad y el amor son por el contrario, el clima de la humildad. La palabra de Dios sigue siendo la fuerza que la inspira y por la que se deja guiar hacia el prójimo. Y puesto que no busca ni teme nada para si mismo el humilde es capaz de ofrecer a otros la ayuda de la palabra. La amonestación es necesaria siempre que el hermano cae en un pecado manifiesto, es mandato de Dios. La disciplina debe comenzar a ejercerse a partir del ámbito mas estrecho de la comunidad. No somos nosotros los que juzgamos, solo Dios juzga, y su juicio es recto y saludable; nuestro hermano no puede recibir ayuda y redención más que de Dios y su palabra.
No obstante, ha puesto su palabra en nuestra boca, y quiere que sea pronunciada por nosotros. Si nos guardamos su palabra, la sangre de nuestro hermano caerá sobre nosotros. Si por el contrario la proclamamos, Dios se servirá de nosotros para salvar a nuestro hermano.
SERVIR A DIOS.
La verdadera autoridad sabe que no puede subsistir más que estando al servicio del único que la posee. Se sabe unida totalmente a la palabra de Jesús; la comunidad no necesita de personalidades brillantes sino de fieles servidores de Jesucristo y de sus hermanos. Autoridad pastoral solo podrá hallarla aquel servidor de Jesús que no busca su propia autoridad; aquel que sometido a la autoridad de la palabra de Dios, es un hermano entre los hermanos.
SEMINARIO TEOLOGICO BAUTISTA MEXICANO
“CAMPUS HOREB”
VIDA EN COMUNIDAD. EL SERVICIO. DE DIETRICH BONHOEFFER (RESUMEN)
ALUMNO: RAMON BOA SOSA
LAS TAREAS DE LA COMUNIDAD:
“Entonces comenzaron a discutir sobre quien sería el mayor de ellos” cuando se dan este tipo de comentarios, se puede pensar que es un proceso que hasta cierto momento es natural, pero “Entonces comenzaron a disputar…” esto ya no está bien, esto basta para destruir a la comunidad. Por esta razón es vital para toda comunidad cristiana que, desde el primer momento, desenmascare a ese enemigo que la amenaza, y acabe con él.
Se necesitaría no ser hombre para no buscar instintivamente una posición segura frente a los otros, por la que se lucharía con todas las fuerzas y a la que no se renunciaría a ningún precio, sin embargo es importante que la comunidad cristiana se de cuenta claramente que puede encontrarse en cualquier momento en la situación descrita “comenzaron a discutir sobre quien sería el mayor de ellos”. Es la lucha del hombre natural por su auto justificación, que le hace comparar, juzgar y condenar.
El medio más eficaz de combatir nuestros malos pensamientos es hacerlos enmudecer. El que frena su lengua, domina su cuerpo y su alma.
NO JUZGAR:
Una regla esencial de la vida cristiana comunitaria es que nadie se permita pronunciar una palabra secreta sobre otro, incluso cuando se pretende ayudar y la intención es buena, pues es precisamente bajo esta apariencia de legitimidad por donde mejor se filtra en nosotros el espíritu de odio y de maldad.
El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley. En una comunidad donde se observa desde el principio esta disciplina de la lengua, cada uno en particular, podrá hacer un descubrimiento incomparable.
Dios no creó a mi prójimo como yo lo hubiera creado. No me lo dio como un hermano a quien dominar, sino para que, a través de él pueda encontrar al señor que lo creo.
LA FUNCION DEL CREYENTE:
En lo sucesivo, todas las diferencias existentes entre los miembros de la comunidad, diferencias de fuerza o debilidad, de inteligencia o sandez, de talento o incapacidad, etc. Ya no serán motivo de discusión, de juicio, de condenación, en una palabra, de autojustificación. Al contrario, será ocasión de alegría y de servicio mutuo.
En la comunidad cristiana todo depende de que cada uno llegue a ser un eslabón insustituible de la misma cadena, solo cuando hasta el eslabón más pequeño está bien soldado, la cadena es irrompible.
SERVIR A LOS OTROS:
No es la utojustificación y, en consecuencia, el espíritu de violencia lo que debe prevalecer en la comunidad, sino la justificación por la gracia y el consiguiente espíritu de servicio mutuo. Aquel que ha experimentado, aunque sea una sola vez, la misericordia de Dios en su vida, en adelante no desea más que una cosa: servir a los otros. Conocerse así mismo a fondo y aprender a tenerse en poco, es la tarea más alta y útil.
Sólo aquel que vive del perdón de sus pecados en Jesucristo adquiere la verdadera humildad, pues sabe que ese perdón marcó el fin de su propia sabiduría. Debido a que el cristiano ya no puede creerse sabio, tendrá en poca estima sus planes y proyectos personales, y comprenderá que es bueno que su voluntad sea domeñada en confrontación con el prójimo.
NO SER ALTIVOS:
También la honra del prójimo es más importante que mi propia gloria. El que busca su propia gloria se olvida de Dios y del prójimo, es mejor un espíritu paciente que un espíritu altivo.
En fin, el no creerse sabio, el humillarse ante el humilde, significa simple y llanamente tenerse por el más grande pecador. Hasta estas profundidades de humildad habrá que descender para podr servir a los hermanos en la comunidad, “No pienses que has hecho algún progreso en tanto no te creas inferior a todos los demás”.
ESCUCHAR A LOS OTROS:
El primer servicio que uno debe a otro dentro de la comunidad consiste en escucharlo.
Ciertos cristianos, y en especial los predicadores creen a menudo que, cada vez que se encuentran con otros hombres, su único servicio consiste en ofrecerles “algo”. Se olvidan de que el saber escuchar puede ser más útil que el hablar. Ahora bien, aquel que ya no sabe escuchar a sus hermanos, pronto será incapaz de escuchar a Dios.
El que piensa que su tiempo es demasiado valioso para perderlo escuchando a los demás, jamás encontrará tiempo para Dios y el prójimo.
Aplicada al prójimo, la cura de almas se distingue fundamentalmente de la predicación en que a la misión de hablar se añade la de escuchar. Debemos escuchar con los oídos de Dios para poder hablar con la palabra de Dios.
AYUDARSE:
El segundo servicio que debemos prestarnos mutuamente en la comunidad cristiana es de ayudarnos diariamente. Debemos siempre estar dispuestos a aceptar que Dios venga a interrumpirnos. No deja de sorprender que, a menudo, son precisamente los cristianos y los teólogos los que creen que su trabajo es tan importante y urgente que no están dispuestos a dejarse interrumpir por nada.
ACEPTAR AL PROJIMO:
En tercer lugar hablaremos del servicio de soportar a los otros. La ley de Cristo es, por tanto, una ley del sobrellevar, sobrellevad es soportar. Esta ley de Cristo se cumplió en la cruz, de esta ley participan los creyentes.
Soportar, es con esa sola palabra que se puede expresar toda la obra de Jesucristo, “Ciertamente fue el quien tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores, y nosotros le tuvimos por castigado y herido por Dios y humillado…él soportó el castigo que nos trae la paz (Isaías 53:4-5).
Sobrellevar la carga del prójimo significa, por tanto, soportar la realidad del otro como criatura, aceptarla y alegrarnos de hacerlo. Si cae el fuerte, que el débil se guarde de aplaudir en su corazón, si cae el débil, que el fuerte lo ayude amistosamente a levantarse.
EL PECADO DEL PROJIMO:
Por el abuso de su libertad, es decir, por el pecado, el prójimo se convierte también en carga para el cristiano. Sin embargo, también aquí puede manifestarse todo el poder de la gracia sobre aquellos que saben soportar el pecado del hermano. El no menospreciar al pecador, sino atreverse a soportarlo, significa no darlo por perdido, aceptarlo como tal y facilitarle, por el perdón, el acceso a la comunidad. Ya no necesitamos juzgar los pecados de los otros, sino que se nos conceda el poder soportarlos.
SERVIR A DIOS:
“El que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos” (Marcos 10:43) Jesús ha unido así la autoridad en la comunidad al servicio fraterno. No existe verdadera autoridad espiritual sino en el servicio de escuchar, ayudar, soportar a los otros y anunciarles la Palabra de Dios.
El obispo es el hombre sencillo, sano, fiel en la fe y en la vida, que ejerce rectamente su ministerio. Toda su autoridad reside en su servicio. NO hay nada de extraordinario en el hombre como tal.
Buscar otro género de autoridad en la Iglesia es querer restablecer una forma directa de relación entre los creyentes, un lazo puramente humano.
La comunidad no necesita de personalidades brillantes sino de fieles servidores de Jesucristo y de sus hermanos: Y no está falta de los primeros, sino de los segundos. Autoridad pastoral solo podrá hallarla aquel servidor de Jesucristo que no busca su propia autoridad, aquel que sometido a la autoridad de la palabra de Dios, es un hermano entre los hermanos.
SEMINARIO TEOLOGICO BAUTISTA MEXICANO
“CAMPUS HOREB”
VIDA EN COMUNIDAD. CONFESION Y SANTA CENA. DE DIETRICH BONHOEFFER (RESUMEN)
ALUMNO: RAMON BOA SOSA
EL PROJIMO, MEDIO DE LA GRACIA:
“Confesaos mutuamente vuestros pecados” (Santiago 5:16) Quedarse a solas con el propio mal es quedarse completamente solo. Esto sucede porque, si bien están dispuestos a formar parte de una comunidad de creyentes, de gente piadosa, no lo están para formar una comunidad de impíos y pecadores. La comunidad piadosa, en efecto, no permite a nadie ser pecador. Por esta razón cada uno se ve obligado a ocultar su pecado a sí mismo y a la comunidad. Por esta razón optamos por quedarnos solos con nuestro pecado, a costa de vivir en mentira e hipocresía; porque, aunque nos cueste reconocerlo, somos efectivamente pecadores.
Sin embargo, he aquí que la gracia del evangelio aunque sea difícil de comprender por los piadosos, nos coloca ante la verdad y nos dice: Tu eres un pecador, un pecador incurable, sin embargo, tal como eres puedes llegar a Dios que te ama. Ya no tienes necesidad de mentirte a ti mismo ni a los otros como si estuvieras sin pecado.
El evangelio de Jesucristo ha puesto así de manifiesto la miseria del pecador y la misericordia de Dios. Por ello el Señor concedió a los suyos el poder de confesar y perdonar los pecados en su nombre. Por esta promesa Cristo nos ha dado la comunidad, y con ella al hermano, como un medio de gracia.
Cristo se hizo nuestro hermano para socorrernos, y desde entonces, a través de él, nuestro hermano se convierte para nosotros en Cristo, con toda la autoridad de su encargo. Por eso cuando me dirijo a mi hermano para confesarme, me dirijo al mismo Dios.
LA CONFESION:
La confesión hace posible el acceso a la comunidad. Cuanto más solo está el hombre, tanto más destructor es el poder que el pecado ejerce sobre él, tanto más asfixiante sus redes, tanto más desesperada la soledad.
Se puede decir que en la confesión el pecado pierde definitivamente todo resto de autojustificación. Una vez revelado y confesado, el pecado ha perdido todo su poder. Ahora se le ha permitido ser pecador y, sin embargo, gozar de la gracia divina, confesar sus pecados y encontrar así una posibilidad de comunidad. En comunión con él, disfruto ya de la comunión con toda la comunidad, con toda la Iglesia.
EL ACCESO A LA CRUZ:
La confesión hace posible el acceso a la cruz. La raíz de todo pecado es el orgullo. Todo nuestro ser, espíritu y carne, están inflamados de orgullo. La raíz de todo el mal que hay en nosotros es querer ser como Dios.
Cuando nos confesamos ante el hermano como pecadores, este acto de humillación ante un tercero es tan difícil que siempre desearíamos poder evitarlo. Nuestros están tan cargados y cegados que no ven la promesa, porque no es otro que el mismo Jesucristo el que, en nuestro lugar y públicamente, ha sufrido la muerte del pecador., no tuvo vergüenza de ser crucificado por nosotros como un malhechor.
La cruz de Jesucristo aniquila todo orgullo: Sin embargo no podemos acceder a ella mientras tengamos miedo de ver morir públicamente, como el gólgota, nuestro hombre viejo. La confesión nos introduce en la verdadera comunión de la cruz de Jesucristo y nos hace aceptar nuestra propia cruz. Nuestro hombre viejo ha muerto, pero es Dios quien lo ha vencido.
LA RUPTURA CON EL PEDCADO:
La confesión hace posible el acceso a la nueva vida. Una vez arrojado, confesado y perdonado el pecado, la ruptura con el pasado está consumada.
Confesando el pecado, el cristiano comienza a abandonar sus transgresiones. El poder del pecado es quebrantado. Desde este momento una victoria sigue a otra.
EL PERDON DE DIOS:
La confesión hace posible el acceso a la certeza. El perdón que nos concedemos a nosotros mismos nunca nos hará capaces de romper con el pecado, unicamente la palabra de Dios, que juzga y perdona en la cruz, podrá hacerlo. Esta certeza nos la da Dios por medio del hermano que recibe nuestra confesión.
La gracia de poder confesar nuestros pecados al hermano nos evita los terrores del juicio funal.
CONFESION DE PECADOS CONCRETOS:
Pero para que esta certeza del perdón sea real, es necesario que nuestra confesión sea concreta. La confesión general no sirve más que para hacer a los hombres más hábiles para justificarse así mismos. Por eso una confrontación con los diez mandamientos será la mejor preparación para la confesión.
¿Qué quieres que te haga? Es una pregunta que deberíamos hacernos antes de la confesión, ello nos permitirá recibir el perdón de pecados muy concretos que hemos cometido y, al mismo tiempo, el perdón de todos nuestros pecados, conocidos o no.
La ayuda que Dios pone a nuestra disposición por medio de la confesión fraterna es ofrecida a todos los que, pese a su esfuerzo, no consiguen acceder al gozo de la comunidad, de la cruz, de la vida nueva y de la certeza.
CON QUIEN CONFESARSE:
De acuerdo con la promesa de Jesús, todo cristiano puede convertirse en confesor de sus hermanos. Para el creyente que vive bajo la cruz de Cristo y que ha reconocido en ella el abismo de impiedad del corazón humano y del propio corazón, ningún pecado puede serle ya extraño. Por medio de la cruz ha llegado a conocer el corazón humano.
No es la experiencia de la vida sino la experiencia de la cruz la que hace al confesor. El mejor conocedor del hombre sabe infinitamente menos del corazón humano que el creyente que vive simplemente del conocimiento de la cruz de Cristo.
Diariamente el creyente hace la experiencia de la muerte y resurrección del pecado, justificado por la gracia.
EL PERDON DE LOS PECADOS:
La comunidad cristiana que practica la confesión debe guardarse de dos peligros: El primero atañe al confesor. No es bueno que una sola persona desempeñe esta función para toda la comunidad.
El segundo peligro atañe al que se confiesa. Que se guarde por su propia salvación, de hacer de la confesión una obra piadosa. La confesión transformada en una obra piadosa es una idea del diablo. Para poder atrevernos a penetrar en este abismo de la confesión, no debemos exigir otra cosa que la gracia y la ayuda ofrecida por Dios y su promesa de perdón.
LA COMUNIDAD EUCARISTICA:
Tiene por objetivo especial preparar a la comunidad de los creyentes para participar en la santa cena. Reconciliados con Dios y con los hombres, esta exigencia es válida para la oración y el culto en general, urge con mayor razón para el sacramento. Si se rechaza este reencuentro con los hermanos es imposible acercarse a la mesa del señor.
La preparación para la santa cena podrá despertar en el creyente la necesidad de adquirir una certeza total sobre el perdón de ciertos pecados concretos que le angustian y le atormentan y que solo Dios conoce.
La invitación a la confesión fraterna, hecha en nombre de Jesús, va dirigida por tanto a todos los que el pecado ha sumergido en angustia y un desamparo particularmente graves, que buscan la certeza del perdón. El tiempo de preparación para la santa cena será un tiempo de exhortación, consolación y oración, lleno a la vez de angustia y alegría. El día de la santa cena es un día de fiesta para la comunidad cristiana. La vida comunitaria de los cristianos bajo la autoridad de la palabra de Dios ha encontrado en el sacramento su plenitud.
REBECA BRIONES JACOME
PROFESOR. PASTOR RAFAEL POLA B.
4. EL SERVICIO.
VIDA EN COMUNIDAD
Las tareas de la comunidad.
Esta tendencia a firmarse es un proceso normal del hombre o mujer. Sin embargo es importante que la comunidad cristiana se de cuenta claramente que puede encontrarse en cualquier momento. La justificacion del hombre por si mismo y el hecho de juzgar a los demas son inseparables como los son la justificacion por la gracia y el servicio al projimo que de ella se desprende.
Asi como no se puede superar la autojustificacion a no ser con la ayuda de la gracia, asi tampoco se pueden contener y sofocar los pensamientos condenatorios si no es impidiendo constantemente su manifestacion, salvo que sea por la confesion de los pecados, de la que hablaremos mas adelante. El que frena su lengua, domina su cuerpo y su alma Santiago 3.3
No juzgar
Es todo es una regla esencial en la vida comunitaria y sobre todo cristiana.
Esta claro que no nos referimos a la correccion fraterna personal. Esto se trata de una decisión personal y concreta. Biblicamente la cuestion esta clara. Dios no creo a mi projimo com yo lo hubiera creado. No me lo dio como un hermano para dominar sino para que atraves de el pueda encontrar al Señor que le creo en su libertad de criatura
de Dios, el projimo debe ser fuente de alegria, mientras que posiblemente antes era una carga.
La funcion del creyente
Debe de ser que cada uno llegue a ser un eslabon insustituible de la misma cadena. Un comunidad que permite la existencia de creyentes y asistentes que trabajen y se sientan utiles estaran formando una comunidad fuerte y con tendencia al crecimiento.
Servir a los otros.
Espiritu de servicio mutuo lo que debe permanecer en nuestra comunidad. Todos los que han experimentado misericordia de Dios en sus vidas, no tiene otro pensamiento que servir a los otros. Y pensar en esto no buscar nada para si mismo sino siempre una buena opinion de los demas, es la gran sabiduria, la gran perfeccion. Pensando de esta forma el creyente esta dispuesto a considerar importante y mas urgente la voluntad del projimo que la suya propia.
No ser altivos
Tambien la honra del projimo es mas importante que mi propia gloria. Asi estaremos honrando a Dios.
Nosotros debemos considerarnos o bajo el parametro de Cristo y Pablo que recibieron ofensas y demas ultrajes. Pensando asi el pecado de la susceptibilidad que con tanta presteza florece en la comunidad nos demuestra la continua incredulidad que hay latente todavia a nuestro alrededor. Al fin de no creerse sabio el humillarse ante el humilde significan simplemente tenerse por el mas grande pecador. Esto suscita la protesta mas ardiente del hombre natural y tambien del cristiano consciente de si mismo. Hasta estas profundidades de humildad habra que descender para poder servir a los hermanos en la comunidad.
Escuchar a los otros.
El primer servicio es escuchar. Asi como escuchamos a Dios y su palabra, en esto consiste el amor al projimo escuchandolo. El saber escuchar es mas importante que hablar en algunas ocasiones. La cura de las almas se distingue fundamentamentalmente de la predicacion en que a la mision de hablar se añade la de escuchar. Debemos escuchar con los oidos de Dios para poder hablar con la palabra de Dios.
Ayudarse
Segundo servicio ayudarnos diariamente. (ayuda material) no debemos creernos tan ocupados que Dios no pueda interrumpirnos en nuestro diario vivir o caminar o en el trabajo. No debemos negar nuestra ayuda a quienes las necesiten ni administrar nuestro tiempo por nuestra cuenta, sino dejar que sea Dios quien nos lo llene. En la vida evangelica de comunidad, el voto es reemplazado por el libre servicio a los hermanos. Y solo cuando nuestras manos vacilen en brindarse con solicitud diaria a la obra de amor y misericordia , podra nuestra boca pronunciar, con alegria y la fuerza convincentes de la fe, la palabra de afecto que convence.
Aceptar al projimo.
Tercer lugar soportar a los otros. (sobrellevar) el cristiano debe soportar la carga del projimo, debe soportar a su hermano solo asi como carga el projimo se convierte en un hermano y no en un objeto que posee. La carga resulta pesada hasta para el mismo Cristo cuando llevo nuestras cargas y pecados en la cruz. Una carga para el cristiano es la libertad del projimo esta libertad va en contra de nuestra tendencia de dominar. Asi dejando que Dios cree su imagen en el y no intevenir en ese sentido nosotros con un sentido de pertenencia.
El pecado del projimo
Por el abuso de la libertad (pecado) se convierte el projimo en una carga para el cristiano el pecado de nuestro projimo es aun mas dificil de soportar que su libertad, porque destruye la comunion que tenemos con Dios y con los hermanos. Nosotros debemos soportar aquí la ruptura de la comunidad con Jesucristo ha instituido entre nosotros. Sin embargo tambien aquí puede manifestarse todo el poder de la gracia sobre aquellos que saben soportar el pecado del hermano. El no menospreciar al pecador, sino atreverse a soportarlo, significa no darlo por perdido, aceptarlo como tal y facilitarle, por el perdon, el acceso a la comunidad.
Todo pecado personal es una carga y una acusacion que pesa sobre toda la comunidad por eso la iglesia se alegra por cada nuevo dolor, nueva carga que soportar por el pecado de sus miembros. Porque asi se sabe juzgada digna de llevar y perdonar los pecados.
La palabra de Dios.
La palabra de Dios.
Se trata de una situacion en que las palabras humanas, testifica a su semejante la realidad de Dios, su consuelo y sus caminos su bondad y su severidad.
Una comunidad cristiana exige a sus miembros que se den testimonio personal respecto a la palabrea y a la voluntad de Dios. Seria anticristiano negar deliberadamente a un hermano este servicio fundamental. Si la palabra no quiere aflorar a nuestros labos deberiamos preguntarnos si, a fin de cuentas y a pesar de todo no consideramos a nuestro hermano unicamente en su dignidad humana que no queremos coaccionar, olvidandonos asi de lo mas importante: que nuestro hermano, por respetable, encumbrado o ilustre que sea, es un hombre como nosotros; un pecador necesitado de la palabra de Dios y que, en sus tribulaciones semejantes a las nuestras, tiene necesidad de ayuda, de consuelo y de perdon.
La base de la que hay que partir es que mi hermano es un pecador abandonado y perdido en toda su dignidad humana si no recibe ayuda. Esto no significa desacreditar ni deshonrar su honor, al contrario es tributarle el unico y verdadero que posee el hombre; hacerle saber de la misericordia y gloria de Dios, a ser hijo suyo. El conocimiento de la verdadera situacion del projimo da a nuestra palabra la libertad y franqueza necesarias. Nuestro proposito se orienta a la ayuda que necesitamos unos de otros. Nos mostramos el camino que Cristo nos manda seguir. Nos ponemos mutuamente en guardia contra la desobediencia y sus consecuencias mortales.
Servir a Dios
Jesus ha unido asi la autoridad en la comunidad al servicio fraterno. No existe verdadera autoridad espiritual sino en el servicio de escuchar, ayudar, soportar a los otros y anunciarles la palabra de Dios. En la comunidad no existe lugar alguno para el culto a la personalidad, por muy importante que sean las cualidades y dones naturales que la adornen, es totalmente profano y envenena la comunidad. El anhelo tan difundido en nuestros dias de tener “figuras episcopales” esta esto en la necesidad de admirar a los hombres y tener una autoridad humana visible, ya que se considera demasiado humilde la del servicio. Autoridad pastoral solo podra hallarla aquel servidor de Jesus que no busca su propia autoridad; aquel que, sometido a la autoridad de la palaba de Dios, es un hermano entre los hermanos.
La palabra de Dios.
Se trata de una situacion en que las palabras humanas, testifica a su semejante la realidad de Dios, su consuelo y sus caminos su bondad y su severidad.
Una comunidad cristiana exige a sus miembros que se den testimonio personal respecto a la palabrea y a la voluntad de Dios. Seria anticristiano negar deliberadamente a un hermano este servicio fundamental. Si la palabra no quiere aflorar a nuestros labos deberiamos preguntarnos si, a fin de cuentas y a pesar de todo no consideramos a nuestro hermano unicamente en su dignidad humana que no queremos coaccionar, olvidandonos asi de lo mas importante: que nuestro hermano, por respetable, encumbrado o ilustre que sea, es un hombre como nosotros; un pecador necesitado de la palabra de Dios y que, en sus tribulaciones semejantes a las nuestras, tiene necesidad de ayuda, de consuelo y de perdon.
La base de la que hay que partir es que mi hermano es un pecador abandonado y perdido en toda su dignidad humana si no recibe ayuda. Esto no significa desacreditar ni deshonrar su honor, al contrario es tributarle el unico y verdadero que posee el hombre; hacerle saber de la misericordia y gloria de Dios, a ser hijo suyo. El conocimiento de la verdadera situacion del projimo da a nuestra palabra la libertad y franqueza necesarias. Nuestro proposito se orienta a la ayuda que necesitamos unos de otros. Nos mostramos el camino que Cristo nos manda seguir. Nos ponemos mutuamente en guardia contra la desobediencia y sus consecuencias mortales.
Servir a Dios
Jesus ha unido asi la autoridad en la comunidad al servicio fraterno. No existe verdadera autoridad espiritual sino en el servicio de escuchar, ayudar, soportar a los otros y anunciarles la palabra de Dios. En la comunidad no existe lugar alguno para el culto a la personalidad, por muy importante que sean las cualidades y dones naturales que la adornen, es totalmente profano y envenena la comunidad. El anhelo tan difundido en nuestros dias de tener “figuras episcopales” esta esto en la necesidad de admirar a los hombres y tener una autoridad humana visible, ya que se considera demasiado humilde la del servicio. Autoridad pastoral solo podra hallarla aquel servidor de Jesus que no busca su propia autoridad; aquel que, sometido a la autoridad de la palaba de Dios, es un hermano entre los hermanos.
REBECA BRIONES JACOME
VIDA EN COMUNIDAD
5. Confesion y santa cena.
El projimo, medio de la gracia.
Quedarse a solas con el propio mal es quedarse completamente solo. Y puede ser que, a pesar del culto en comun, la oracion en comun y la comunion en el servicio, haya cristianos que permanezcan solos, sin llegar a formar realmente comunidad. Porque si bien estan dispuestos a formar parte de una comunidad de creyentes de gente piadosa, no lo estan para formar parte de una comunidad de impios y pecadores. La comunidad piadosa no permite a nadie ser pecador, por esta razon cada uno se ve obligado a ocultar su pecado a si mismo y a la comunidad. No nos esta permitidos ser pecadores y muchos cristianos se asustan si de pronto descubriesen entre ellos a un autentico pecador, por eso optamos por quedarnos solos con nuestro pecado, a costa de vivir en mentira e hipocresia porque aunque nos cueste reconocerlo, somos efectivamente pecadores.
Sin embargo la gracia del evangelio nos coloca en la verdad y nos dice tu eres un pecador incurable, sin embargo tal como eres puedes llegar a Dios que te ama.
Te quiere tal como eres sin necesidad de que hagas nada, o des nada. Te quiere ati personalmente solo a ti.
Por esta capacidad de perdonar pecados Cristo nos da esta promesa que tambien da a la
comunidad cristiana, al hermano y a todos como un medio de gracia.
La confesion
Esta hace el ACCESO A LA COMUNIDAD .
En la confesion el pecado pierde definitivamente todo resto de autojustificacion. El pecador se libera, abandona todo lo que hay en el de malo, abre su corazon a Dios y encuentra el perdon de todos sus pecados en la comunion con Jesucristo y con el hermano que le escucha. Una vez revelado y confesado, el pecado ha perdido todo su poder. Ha sido reconocido y juzgado.
La confesion personal se refiere entre dos creyentes, no a toda la comunidad.
El acceso a la cruz.
La CONFESION hace posible el acceso a la cruz. La raiz de todo pecado es el orgullo, la soberbia. La raiz de todo el mal que hay en nosotros es querer ser como Dios. La confesion ante el hermano es una terrible humillacion, duelo, humilla y abate nuestro orgullo.
Este acto de humillacion ante un tercero es tan dificil que siempre deseariamos poder evitarlo. Nuestros ojos estan tan cegados que ya no ven la promesa y la grandeza de semejante humillacion. Porque no es otro que el mismo Jesucristo el que, en nuestro lugar y publicamente, ha sufrido la muerte ignominiosa del pecador. No tuvo vergüenza de ser crucificado por nosotros como un malhecho; y es precisamente nuestra comunion con el la que nos conduce a sufrir esta muerte horrible de la confesion, a fin de que participemos realmente de su cruz. La cruz de Jesucristo aniquila todo orgullo. Sin embargo no podemos acceder a ella mientras tengamos miedo de ver morir publicamente, como en el Golgota, nuestro hombre viejo y nos avergoncemos de pasar por esta muerte poco gloriosa del pecador en la confesion. La confesion nos introduce en la verdadera comunion de la cruz de jesuscirsto y nos hace aceptar nuestra propia cruz.
La ruptura con el pecado.
La confesion hace posible el acceso a la nueva vida. Una vez arrojado, confesado y perdonado el pecado, la ruptura con el pasado esta consumada. Esta ruptura significa conversion, esta es parte de la confesion. Confesion implica imitacion.
El poder del pecado es quebrantado. Desde ese momento una victoria sigue a otra. El acontecimiento de nuestro bautismo vuelve a producirse en la confesion. Pasamos de la esclavitud de las tinieblas al reino de jesucristo. Esta es la buena nueva, el mensaje gozoso.
El perdon de Dios.
La gracia de poder confesar nuestros pecados al hermano nos evita los terrores del juicio final. Por el hermano puede estar seguro ya en este mundo de la realidad de Dios, de su juicio y su perdon. Y asi como la presencia del hermano garantiza la autenticidad de la confesion de mis pecados, asi tambien la promesa de perdon que el me da en nombre de Dios me da la certeza absoluta de que soy perdonado. Dios nos concedio la gracia de poder confesarnos unos con otros para que estuviesemos seguros de su perdon.
Confesion de pecados concretos
Confesion concreta. Una confrontacion con los diez mandamientos sera la mejor preparacion para la confesion.
Con quien confesarse
Aquel hermano que tenga una vida integra o de ejemplo, o superior a la nuestra. Digno de confianza a quien podamos confiar nuestra vida espiritual. No es la experiencia de la vida sino la experiencia de la cruz la que hace al confesor. El mejor conocedor del hombre sabe infinitivamente menos del corazon humano que el creyente que vive simplemente del conocimiento de la cruz de Cristo.
El contacto diario y profundo con la cruz de Cristo despoja al cristiano tanto del espiritu humano de juicio como del de indulgencia, dandole en cambio una actitud de severidad y de amor conforme al espiritu de Dios.
El perdon de pecados
Dos peligros el del confesor (tiempo ministerial) y el que se confiesa (obra piadosa). Esta confesion debe ser practicada unicamente sobre el fundamento de Cristo y de su promesa de perdon.
La comunidad eucaristica.
Preparacion de la comunidad para la santa cena. Reconciliados con Dios y con los hombres, los cristianos estan en disposicion de recibir el cuerpo y sangre de Jesucristo, esto exige no estar ahí sino hay reconciliacion con nuestros hermanos. El dia que antecede a la santa cena los miembros de la comunidad para prepararse para tomar el cuerpo de cristo en el sentido de la santa cena. Este dia es de fiesta para los cristianos, por reconciliacion plenamente con Dios y los hermanos y toda la iglesia en general reciben el cuerpo es decir el perdon, la vida nueva y la bienaventuranza eterna.
Sus relaciones con Dios y con los hombres quedan transformadas. El vinculo que une a los congregantes es eterno. Y asi la comunidad ha alcanzado su meta y el gozo de Cristo y su iglesia es completo.
Resumen de lectura del libro: Vida en Comunidad
Cuarta Parte: El Servicio
No bien se reúnen los hombres, cuando ya comienzan a observarse, a juzgarse, a clasificarse, como dice Lucas 9:46: “Entonces, comenzaron a discutir sobre quién sería el mayor de ellos”. Con ello se entabla desde el mismo nacimiento de la comunidad, una terrible lucha invisible y, a veces, inconsciente, que pone en juego su misma existencia. Por esta razón es vital para toda comunidad cristiana que, desde el primer momento, desenmascare a ese enemigo que la amenaza, y acabe con él.
Una regla esencial de la vida cristiana comunitaria es que nadie se permita pronunciar una palabra secreta sobre otro, no refiriéndose esto a la corrección fraterna personal. Dios no creo a mi prójimo como yo lo hubiera creado, no me lo dio como un hermano a quien dominar, sino para que, a través de él, pueda encontrar al Señor que lo creo.
En la comunidad cristiana todo depende de que cada uno llegue a ser un eslabón insustituible de la misma cadena: solo cuando hasta el eslabón más pequeño esta bien soldado, la cadena es irrompible. Toda comunidad cristiana debe saber que no solamente los débiles necesitan de los fuertes, sino también que los fuertes no pueden prescindir de los débiles.
No es la autojustificación y, en consecuencia, el espíritu de violencia lo que debe prevalecer en la comunidad, sino la justificación por la gracia y el consiguiente espíritu de servicio mutuo.
Conocerse a sí mismo a fondo y aprender a tenerse en poco, es la tarea más alta y útil. No buscar nada para sí mismo y tener en cambio, siempre una buena opinión de los demás, es la gran sabiduría, la gran perfección (Tomas de Kempis).
Solo aquél que vive del perdón de sus pecados en Jesucristo adquiere la verdadera humildad, pues sabe que ese perdón marcó el fin de su propia sabiduría.
También la honra del prójimo debe ser más importante que mi propia gloria. El que busca su propia gloria se olvida de Dios y del prójimo.
El que vive de la justificación por la gracia, está dispuesto a aceptar también ofensas y vejaciones sin protesta, como provenientes de la mano severa y misericordiosa de Dios.
El pecado de la susceptibilidad que con tanta presteza florece en la comunidad nos demuestra continuamente cuanta ambición o, lo que es lo mismo, cuanta incredulidad hay latente todavía. En fin, el no creerse sabio, el humillarse ante el humilde, significan simple y llanamente tenerse por el mas grande pecador.
El primer servicio que uno debe a otro dentro de la comunidad consiste en escucharlo.
El segundo servicio que debemos prestarnos mutuamente en la comunidad cristiana es el de ayudarnos diariamente.
En tercer servicio es el de soportar a los otros. El cristiano debe soportar la carga del prójimo, debe soportar a su hermano. Sobrellevar la carga del prójimo significa, por tanto, soportar la realidad del otro como criatura, aceptarla y alegrarnos de hacerlo.
El no menospreciar al pecador, sino atreverse a soportarlo, significa no darlo por perdido, aceptarlo como tal y facilitarle, por el perdón, el acceso a la comunidad. Porque Cristo nos soportó y aceptó como pecadores, nosotros podemos soportar y aceptar a los pecadores en su iglesia, fundada sobre el perdón de los pecados.
Cuando estas tres tareas del servicio cristiano: escuchar, ayudar y soportar a los hermanos son cumplidas fielmente, se hace posible cumplir igualmente la última y mas importante: el servicio de la palabra de Dios.
Este servicio consiste cuando una persona, con palabras humanas, testifica a su semejante la realidad de Dios, su consuelo y sus caminos, su bondad y su severidad.
La base de la que hay que partir es esta: saber que mi hermano es un pecador abandonado y perdido en toda su dignidad humana si no recibe ayuda. Nuestra palabra es, a la vez, dulce y dura porque conocemos la bondad y severidad de Dios.
Cuanto mas aprendamos a dejarnos interpelar por el prójimo, y aceptar con humildad y reconocimiento sus duros reproches y amonestaciones, tanto mas libres y objetivos seremos en aquello que tengamos que decirle.
La amonestación es necesaria siempre que el hermano cae en un pecado manifiesto; es mandato de Dios. La disciplina debe comenzar a ejercerse a partir del ámbito más estrecho de la comunidad.
Hasta el último momento no podemos hacer otra cosa que servir al hermano sin elevarnos nunca sobre él; y continuaremos sirviéndole incluso cuando debamos transmitirle la palabra que condena y separa, rompiendo de este modo, por obediencia a Dios, nuestra comunión con él.
No existe verdadera autoridad espiritual sino en el servicio de escuchar, ayudar, soportar a los otros y anunciarles la palabra de Dios. La comunidad no necesita de personalidades brillantes sino de fieles servidores de Jesucristo y de sus hermanos.
Autoridad pastoral solo podrá hallarla aquel servidor de Jesús que no busca su propia autoridad; aquel que, sometido a la autoridad de la palabra de Dios, es un hermano entre los hermanos.
Resumen de lectura del libro: Vida en Comunidad
Quinta Parte: Confesión y Santa Cena
Dice Santiago 5:16: Confesaos mutuamente vuestros pecados. Quedarse a solas con el propio mal es quedarse completamente solo. La comunidad piadosa no permite a nadie ser pecador, ya que cada uno se ve obligado a ocultar su pecado a si mismo y a la comunidad, optando por quedarse solos con su pecado, a costa de vivir en mentira e hipocresía.
Ante Dios nadie se puede ocultar, de nada sirven las mascaras delante de los hombres. No se puede mentir al decir que no se tiene pecado, ya que Cristo ha hecho derribar todas las apariencias.
Por ello el Señor concedió a los suyos el poder de confesar y perdonar los pecados en su nombre (Juan 20:23). Por esta promesa Cristo ha dado la comunidad, y con ella al hermano, como un medio de gracia. El hermano ocupa desde entonces el lugar de Cristo. El hermano está ante nosotros como signo de la verdad y de la gracia de Dios. No es dado como ayuda. Escucha nuestra confesión en lugar de Cristo, y guarda, como Dios mismo, el secreto de nuestra confesión. Por eso cuando nos dirigimos a nuestros hermanos para confesarnos, nos dirigimos a Dios mismo.
La confesión hace posible el acceso a la comunidad. El pecado quiere estar a solas con el hombre, lo separa de la comunidad. Cuanto más solo está el hombre, tanto más destructor es el poder que el pecado ejerce sobre él, tanto más asfixiantes sus redes, tanto mas desesperada la soledad.
En la confesión el pecado pierde definitivamente todo resto de autojustificación. El pecador se libera, abandona todo lo que hay en él de malo, abre su corazón a Dios y encuentra el perdón de todos sus pecados en la comunión con Jesucristo y con el hermano que lo escucha. En adelante es la comunidad quien sobrelleva el pecado del hermano perdonado.
La confesión nos introduce en la verdadera comunión de la cruz de Jesucristo y nos hace aceptar nuestra propia cruz. Quebrantados en nuestra carne y en nuestro espíritu por la humillación sufrida ante el hermano, o sea, ante Dios, podemos reconocer la cruz de Jesús como el signo de nuestra salvación y nuestra paz. Nuestro hombre viejo ha muerto, pero es Dios quien lo ha vencido. Desde ese momento tomamos parte en la resurrección de Cristo y en la vida eterna.
La confesión hace posible el acceso a la nueva vida. Una vez arrojado, confesado y perdonado el pecado, la ruptura con el pasado esta consumada. Esta ruptura significa conversión. La conversión es el otro aspecto de la confesión. El poder del pecado es quebrantado. Desde este momento una victoria sigue a otra. El acontecimiento de nuestro bautismo vuelve a producirse en la confesión.
La confesión hace posible el acceso a la certeza. La gracia de poder confesar nuestros pecados al hermano nos evita los terrores del juicio final. Por el hermano puedo estar seguro ya en este mundo de la realidad de Dios, de su juicio y su perdón. Y así como la presencia del hermano garantiza la autenticidad de la confesión de mis pecados, así también la promesa de perdón que él me da en nombre de Dios me da la certeza absoluta de que soy perdonado.
Pero para que esta certeza del perdón sea real, es necesario que nuestra confesión sea concreta.
De acuerdo con la promesa de Jesús, todo cristiano puede convertirse en confesor de sus hermanos. No es la experiencia de la vida sino la experiencia de la cruz la que hace al confesor. ¿Quién puede escuchar nuestra confesión? Aquel que vive bajo la cruz.
La comunidad cristiana que practica la confesión debe guardarse de dos peligros. El primero atañe al confesor. No es bueno que una sola persona desempeñe esta función para toda la comunidad. El segundo peligro atañe al que se confiesa. Que se guarde, por su propia salvación, de hacer de la confesión una obra piadosa.
Aunque la confesión constituye una acción en sí misma completa, cumplida en nombre de Cristo y practicada en la comunidad tantas veces como sea necesaria, sin embargo tiene como objetivo especial preparar a la comunidad de los creyentes para participar en la santa cena.
Para recibir juntos la gracia de Dios por medio del sacramento es necesario que los creyentes hayan destruido todo fermento de cólera, celos, maledicencia y hostilidad que haya entre ellos. De esta manera, el tiempo de preparación para la santa cena será un tiempo de exhortación, consolación y oración, lleno a la vez de angustia y de alegría.
El día de la santa cena es un día de fiesta para la comunidad cristiana. Reconciliados plenamente con Dios y los hermanos, los creyentes reciben el don del cuerpo y de la sangre de Jesucristo, es decir, el perdón, la vida nueva y la bienaventuranza eterna. Sus relaciones con Dios y con los hombres quedan transformadas. La comunidad eucarística constituye el cumplimiento supremo de la comunidad cristiana. La vida comunitaria de los cristianos bajo la autoridad de la palabra de Dios ha encontrado en el sacramento su plenitud.
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